MÉXICOS POSIBLES

Por José Woldenberg

Dos ideas me gustaría destacar del esfuerzo colectivo por construir los escenarios de los “Méxicos posibles”: a) el futuro no está escrito, será fruto de lo que hagamos o dejemos de hacer y b) personas de diferentes condiciones e idearios pueden, eventualmente, trabajar unidos por objetivos específicos.

En efecto, no existe ley alguna de la historia que nos condene a que en el año 2030 estemos mejor o peor. Ambas opciones son posibles y sus matices y pliegues son infinitos. El futuro se construye por acción u omisión y es el producto de lógicas y apuestas que pueden ser encontradas o colaborativas. Es precisamente porque existen razones diversas, intereses enfrentados, visiones distintas, por lo que no es sencillo vislumbrar el futuro. Pero es por ello que vale la pena preguntarse si es posible, y si somos capaces de, forjar proyectos conjuntos, benéficos para todos y no solo para una fracción de la sociedad.

El futuro se edifica a partir de hoy. No será una aparición y no es una condena. Puede ser modelado por la inercia, por el estira y afloja de los principales actores, por decisiones y políticas fragmentadas e inarmónicas o eventualmente puede trazarse una especie de ruta de navegación que conduzca a un puerto determinado. De tal suerte que pensar en él no es un ejercicio baladí sino una necesidad y una obligación a partir de lo cual podremos asumir que más nos vale poner manos a la obra en lo que sin duda debe ser una tarea colectiva. El futuro, suele decirse, está por verse. Pero podemos asumirlo como algo que sucederá independientemente de lo que hagamos o por el contrario, intentar incidir en él.

Para trazar los “Méxicos posibles”, sus promotores invitaron a dialogar –con intensidad e intención- a un grupo expresivo del país masivo, plural, desigual y contrahecho que habitamos. Convocaron a ciudadanos de diferentes extracciones y distintas orientaciones políticas para intentar construir un diagnóstico y los varios futuros potenciales que se vislumbran para México. Y la primera pregunta que surge es: ¿esa diversidad de sensibilidades, puntos de vista, intereses, biografías, situaciones, etc. pueden lograr forjar un dictamen común? ¿Esa convergencia de lo diverso puede llegar a acuerdos?

Bueno, el resultado lo tenemos ante nosotros.

Constatar que existe una diversidad de intereses no es difícil. Ilustrar la coexistencia de distintas ideologías tampoco. ¿Pero ello determina que no se puedan fraguar acuerdos en lo fundamental? Esa es la apuesta de los proponentes de los “Méxicos posibles”. Y (creo) que es posible. No otra cosa es la que viabiliza la presencia de regímenes democráticos.

La democracia, como fórmula de gobierno, vive porque reconoce que en la sociedad coexisten idearios, pulsiones y proyectos diversos. Pero a diferencia de los autoritarismos que quieren alinear a la sociedad bajo el manto de una sola ideología, organización y designio, en democracia se reconoce que la riqueza de una sociedad está dada por su diversidad política e ideológica. Y que esa diversidad reclama y requiere un marco para su expresión, recreación, coexistencia y competencia civilizada.

La democracia es así un marco, una edificación civilizatoria, que permite la convivencia pacífica y regulada de la diversidad política. No pretende exorcizarla, sino ofrecerle un cauce; no desea una sociedad homogénea en sus creencias y propósitos, sino labrar una fórmula para que los mismos puedan desplegarse bajo normas de respeto mutuo y con procedimientos que al final permiten construir gobiernos y legislativos legítimos, en los cuales puede reproducirse la diversidad de opciones.

Es decir, la democracia supone la pluralidad. Pero no trata de expulsarla sino que intenta ofrecerle un conducto institucional para su expresión y recreación.   

De igual manera, creo, el esfuerzo que hoy se presenta no intenta borrar las diferencias ni maquillar las tensiones, sino pretende la construcción de un basamento -un piso- común, que eventualmente puede incluso hacer más productivas la recreación de las propuestas particulares.

Y, a través del diálogo, encontraron tres asignaturas que pueden y deben generar convergencias en esa constelación de apuestas, ventajas, proyectos, credos a la que llamamos México: se trata de tres I: “ilegalidad, inequidad e inseguridad”. Tres asuntos que marcan nuestras relaciones y las vuelven tensas, improductivas, polarizadas. Si ese tridente se convirtiera en su contrario: legalidad, equidad y seguridad, México sería otro. Puede ser la plataforma para una democracia más robusta, una convivencia menos difícil y un futuro mejor para todos. Es decir, un escenario para que la diversidad pueda convivir y competir en mejores condiciones, un suelo capaz de producir la cohesión social necesaria para atemperar la aguda polarización de nuestras relaciones sociales y un espacio en el que las condiciones materiales y culturales de vida puedan ir mejorando.

Permítanme unas breves palabras sobre cada uno de los temas que los autores de “Méxicos posibles” ponen en la mesa de debates.

Ilegalidad. Una aspiración fundamental en los sistemas democráticos es alcanzar que toda actividad pública y los litigios entre particulares y entre estos y las instituciones del Estado sean resueltos bajo el imperio de la ley. Por desgracia, todos sabemos que en demasiados casos no son las normas las que modulan diversas actividades y que no es extraño observar como “el que tiene más saliva traga más pinole”; es decir, que la ley del más fuerte es la que acaba imponiéndose, convirtiendo en un “deber ser” inalcanzable a leyes y reglamentos. Ello no solo produce y reproduce tensiones, sino que impide generar certezas y rutinas que supuestamente deben facilitar la vida.  

Inequidad. La inequidad es la falla estructural de nuestra convivencia. No es un asunto de hoy. Atraviesa toda la historia del país y aún antes de que México fuera México la abismal desigualdad modelaba las relaciones sociales. Quizá por ello no existen los resortes suficientes para asumirla como lo que es: un problema que impacta la vida en común. Ya en el año 2004, en el momento de mayor júbilo en América Latina por el restablecimiento o edificación de sistemas democráticos, el PNUD se preguntaba y preguntaba: ¿cuánta pobreza y cuánta desigualdad podrá soportar la reproducción de nuestros sistemas democráticos? Por su parte la CEPAL ha insistido en la necesidad de políticas tendientes a construir cohesión social (ese sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional, porque uno sabe o intuye que se encuentra incluido), como un piso necesario para la concordia y el litigio democrático.

Inseguridad. En los últimos diez años hemos observado y resentido como una espiral de violencia e inseguridad crece entre nosotros. El número de muertos, desaparecidos, de familias destrozadas, de zonas en las cuales la delincuencia se ha enseñoreado, son expresiones de una crisis de seguridad que inyecta altas dosis de zozobra y miedo. Miles de familias han resentido esa situación, pero incluso aquellas que no han sido sacudidas directamente por la violencia, viven o sobreviven con la sombra de la misma, lo que hace que la existencia sea más miserable e intranquila.

Si nuestro país fuera capaz de revertir esas realidades, en efecto, en 2030, podríamos habitar “otro” México: legal, equitativo y seguro.

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